“Nany, nany, nany!!, donde tu taba?, yo no te vi cuando tu llegate?, tu taba trabajando?”, le pregunta la pequeña e ingenua Mercedita durante el desayuno de la mañana, indiferente a los hechos de la noche que recién terminó, indiferente a los sucesos y acontecimientos que terminan de concluir con el beso que le regaló a su novio. “Ay Dio mío, eto si e grandi y nadie quieriun pedazo!!!; mi jija como te hicite con Juvito?”, preguntó doña Aura, a la vez que guarda en sus manchados brasieres el ticket ganador de la ñapa, curiosa de saber que pasó la noche anterior y si le había contado a Juvito lo del gringo.
Hasta ahora todos ignoran que pasó esa noche y por el resto del día Nancy se quedó pensativa; en uno que otro momento de ese domingo, los clientes tenían que hacerse oír a vivas voces, ya que ella, estaba ensimismada en su caja registradora suspirando por aquellos momentos en que había compartido con ambos enamorados y cuestionándose si en realidad amaba a uno o al otro. De hecho, ésta caja registradora conoce de muchos secretos en la vida de Nancy: conoce sus sueños, sus aspiraciones, sus intimidades....
Varias semanas después…
Nancy sigue en su rutina, limpiando cenizas al final de un día lleno de botellas verdes, beepers, mayitas y uno que otro plato con restos de queso amarillo y jamón ahumado de las picaderas que se expedían en aquel lugar, Nancy distingue desde lejos el característico sonido del C-70 que antes la llevaba a Boca Chica en Semana Santa, que la recogía del trabajo cuando no estaba Carmona o Chuchu, o simplemente para ir de paseo al parque Enriquillo y ver las vitrinas de las diferentes tiendas y almacenes del lugar.
Era sin duda el mismo y Luisito estaba al mando, pero ésta vez, no había espacio para ella: la cola estaba ocupada por una mochila de piel de ledel repleta de sueños y esperanzas de una vida y un futuro mejor. La hora había llegado y ninguno de los dos dijo nada, solo un beso salió de sus bocas y la adrenalina no se hizo esperar.
Ehl.
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