Friday, June 27, 2008

Maldita Desilusión: Capítulo V

 “Pero habrá visto er diablu!”, Fue lo único que Doña Aura supo escupir por la boca al ver que la joven Nancy, sería sorprendida por Luisito en plena acción y con el guillo en la mano. Todos los inquilinos de la pensión se sentaron en sus respectivos banquitos de güano para seguir viendo al chacal y tratar de pasar desapercibidos en tan horrorosa situación. Sin embargo, Doña Aura supo reaccionar de una forma tal, que con una mano recibió a Luisito y con la otra le decía a Nancy que concluyera su aventura con vitico. 

“Juvito, cuanto tiempo; Nancy está con Mercedita en su aposento, dendes que salga te viene atendel”, dijo la dulce barahonera con su dialecto quasi-castellano. Al mismo tiempo que Nancy reaccionó echando a Vittorino de la sala a la cocina, por donde había una puerta que justo al frente del colmado donde estacionó el europeo el flamante automóvil color plata. Justo aquí, es cuando Vitico le afirma a Nancy que se va de regreso a Italia y que está dispuesto a llevarla con él y darle todo lo que una mujer pueda imaginar, después de todo, él podía dárselo y ella lo necesitaba. Este era el momento de la verdad para Nancy, ya que de su respuesta dependían los bastiones muy importantes en su vida y tendría que renunciar al uno si aceptaba el otro: o se iba a Sicilia con Vittorino y le daba a su familia todas las comodidades que necesitaban, o renunciaba al amor de su amado Juvito. La respuesta llegó al italiano con una sola lágrima y un gesto con el que le indicaba que no. Si bien era cierto que su necesidad era grande debido a la mala salud de su madre en tamboril y a que con su poco salario le costaba mantenerse en pié, Nancy sabia que su inocente amor por Luisito la ataba a su país más que nada, ya que en él conoció el amor.

Al tiempo que Doña Aura vociaba en la calle por su victoria implacable en la Loto, donde pegó la Loto Ñapa y se ganó un carro del año, el gringo desapareció de la vista de la Pensión para siempre, llevándose consigo la esperanza de la mejoría de vida de Nancy, que nunca olvidaría a su gringo por el recuerdo de su olor, por la vistosidad impecable de su ropa, por su flamante automóvil, por aquella tarde en el carwash, por las veces que comían yaniqueques, en fin por tantos recuerdos que quedarían encerrados en la bandita de oro entretejido con sus iniciales incrustadas, que ella juró nunca quitarse jamás.

Ehl.

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